Kitana Inicio
Las familias de dragones rojos nunca llegaban a ser muy numerosas. Desde que se abrían los huevos daba comienzo la competición por la comida. En el propio nido las crías de herían unas a otras por la carne que les dejan los padres, los débiles morían por hambre o asesinados por los fuertes, que según se se hacían más grandes se volvían también más crueles entre ellos.
Y yo no iba a quedarme atrás.
Nacimos cinco pero mis primeros recuerdos son de cuanto éramos ya sólo tres. Nuestra madre nos hacía pasar hambre para hacernos más fuertes y los tres, nos comimos a los otros dos en cuanto se quedaron demasiado débiles para luchar por la comida.
Mi hermana era preciosa, fuerte e inteligente. Mi hermano no tan listo pero con un cuerpo mucho más resistente. Ambos me respetaban y me temían porque aunque no era tan grande como mi hermano era mucho más impredecible y cuando atacaba lo hacía sin miedo a terminar matando al otro.
Fue poco después de aprender a volar cuando ambos se revelaron contra mi. Tenían una especie de romance estúpido entre ellos al que yo no le había dado mayor importancia hasta que, un día me acorralaron entre los dos como cobardes y me rajaron las alas mientras dormía.
Tarde años en recuperarme... años en los que mi odio no paro de crecer.
Cuando salí lo hice débil por no haber podido cazar, mi madre apenas me ayudó porque decía que debía aprender la lección. Una vez fuera fui hasta ellos para disculparme por haber sido tan cruel y severa en nuestra juventud... Me gané la confianza de ambos y seduje a mi hermano para volverle en contra de mi hermana.
Cuando tuve la oportunidad rajé las alas de mi hermana en pleno vuelo y disfruté de mi venganza culpabilizando a mi hermano de su muerte, fingiendo que nos habían atacado y que el no había estado ahí para defendernos...
Conseguí reforzar aun más su lealtad y sumisión ante mí y los adultos empezaron a respetarme y a invitarme a la emoción de sus cacerías y al placer de sus guaridas.
Aún de adolescentes ya me había hecho un nombre entre los míos cuando el cobarde de mi padre cometió el error de firmar la paz con los azules.
Paz. Cuánto aburrimiento en una palabra tan pequeña... Empecé a verme en secreto con el heredero de los azules, le hice creer que le amaba y que la fama de los míos no era cierta, que no éramos tan caóticos y destructivos como el elemento que dominábamos... Y el muy iluso me creyó.
Me lo enseñó todo, incluido el escondite de sus nidos. Una docena de valiosos huevos destruidos, sumado a la desaparición de su heredero fue más que suficiente para que la guerra entre dragones resurgiera con las fuerza que nunca... Pero si bien yo estaba orgullosa, mi padre estuvo a punto de matarme cuando descubrió que había sido yo.
Me desterró, y en seguida me di cuenta de que ese castigo podía ser peor que la muerte. Era una de las dragonas rojas más grandes y todos los míos me reconocían por la envergadura y las cicatrices de mis alas. No tenía dónde esconderme... y no me quedaba más remedio que renunciar a mi forma, al menos por un tiempo, hasta que las cosas se calmasen o pudiera encontrar un nuevo territorio que convertir en mi dominio.
Y así, con el cuerpo desnudo de una mujer joven, me presenté en la primera ciudad humana que encontré en mi camino.
Alias: Alianar
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